viernes, 19 de junio de 2009

TEHUANTEPEC REGION RICA EN DANZAS

LAS DANZAS
El Istmo de Tehuantepec es una región de rica tradición cultural, donde se conserva y preserva de manera notable el uso del zapoteco como lengua cotidiana. Las danzas llegan a esta región durante diversas etapas del siglo pasado; su contacto con las tradiciones locales les ha dado un sentido regional propio. Uno de estos sones es "La Sandunga", considerado como el himno tehuano; otro es "La Llorona", de Juchitán. Ambos se tocan en todas las ceremonias importantes: "Velas", fiestas titulares, fiestas del Santo Patrón y casamientos. La tradición oral atribuye el origen de "La Sandunga" al Sr. Máximo Ramón Ortiz. "El término es de procedencia española y se traduce como gracia, salero, donaire", que son las características propias de la mujer istmeña, con su porte altivo y su garbo al caminar.
Los sones tocados en el Istmo se dividen en tres partes: introducción o son propiamente dicho, valseado y zapateado. La introducción es fuerte y peculiar, pues se juega con las notas, mientras que el valseado es lento, con un ritmo suave y dulce. El zapateado lo hace únicamente el hombre. Entre algunos sones tradicionales destacan "La Petenera", "La Petrona", el "Jarabe Tehuano" y la "Última Palabra".
La música la ejecuta una banda de más o menos 12 elementos, destacando la presencia de los saxofones, clarinetes, trompetas o cornetines, trombones, requintos, platillos, tambora y tarola.
Entre los sones con fuerte influencia indígena están "La Tortuga", "El Verelele o Alcaraván", que es un ave, y el "Vicia" o "Del Pescado", que es bailado por un hombre que carga un pez espada de madera de colores mientras los otros danzantes tratan de atraparlo con el "chinchorro", que es una red. La música de este son se ejecuta con instrumentos sencillos como la flauta de carrizo y el huehuetl, que es un tambor cubierto con piel, además del caparacho de tortuga que se toca con los cuernos del venado; se trata de una música propia de las danzas indígenas prehispánicas.
Internacionalmente conocido por su belleza, el traje de las istmeñas ha sufrido modificaciones a lo largo del tiempo. En la época prehispánica se usaba el enredo, lienzo de algodón ceñido a la cintura, atado con bandas; había de tres tipos: azul marino, rojo con rayas azules o amarillas y el morado que era el más apreciado por ser teñido con tinta de caracol púrpura, molusco de la vecina región chontal costeña. Era costumbre llevar el torso desnudo pero a la llegada de los frailes dominicos se ideo el "huipil de cabeza" para cubrirse. Este huipil era una toca que cubría la cabeza y llevaba un olán de tela blanca que se usaba alrededor de la cara, las mangas eran pequeñas y colgaban por el frente y la espalda. Hacia el siglo XIX, aparece el "huipil grande" que se usa con la toca en torno a la cara y cubre la cabeza. Dicha prenda se emplea para ir a misa y otras ceremonias destacadas.
A finales del siglo XIX, la llegada de la máquina de coser y el creciente empleo de telas de importación propiciaron el uso de brocados, razos bordados y sedas para confeccionar los trajes, a lo que se agregó más tarde la confección de trajes de muselina adornados con grecas a máquina e hilos rojos, negros y amarillos. A principios de este siglo se inició el bordador de pequeñas flores en los huipiles; para mitad del mismo se empezaron a usar bordados que imitaban los de los mantones de Manila.
El atuendo tehuano se complementa con joyas de oro. Las primeras eran cuentas redondas en forma de rosario, luego se hicieron de formas variadas: flores planas como espejos y con aristas en forma de farol rematadas con una cruz. El uso de monedas de oro inglesas y americanas se remonta a los primeros años de nuestro siglo, cuando se iniciaron las obras del puerto de Salina Cruz. De entonces datan los "ahogadores" (collares pegados a la garganta), los "engarzados" (collares largos) y los "doblones" (igual que los anteriores pero con monedas colgadas); éstos se adornan de filigranas incrustadas con perlas o corales. Los aretes son también de monedas o filigranas. Se usan además anillos, pulseras y brazaletes de oro.
En las danzas del "Lunes del Cerro", hoy conocidas como Guelaguetza, hay muchas voces, muchos ademanes y actitudes que nos hablan desde muy lejos, a través de siglos, y que al mismo tiempo nos hablan desde hoy, desde el corazón alado de la música, desde los signos del cuerpo en movimiento, el cual sigue, secretamente, los trazos invisibles de ritos ancestrales que le hablan al cielo y a la tierra, a hombres y a dioses que compartieron la misión de mantener intacto el misterioso equilibrio del Universo.

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