sábado, 29 de agosto de 2009

Aquel que lucha con monstruos

(Parte 1)

En la obscuridad de la noche y en la penumbra de los cuartos vecinos, se mueve media docena de molestos y zumbadores insectos hematófagos. Pequeños seres alados cuya existencia resulta tan molesta que ha sido creada toda una cultura del exterminio alrededor suyo. Sabemos que pueden ser transmisores de 3 enfermedades distintas, pero ese zumbido tan peculiar varias veces provoca una reacción en los sanos, que hace retorcernos y movernos como locos en nuestras camas, cual si estuviéramos realmente enfermos.

Otras veces sus ataques son tan constantes que hace que deseemos estar enfermos de alguna cosa seria y que nos internen en un hospital, cuya comida seguramente no será buena y las sábanas de nuestra cama serán duras como el cartón, pero que no habrá mosquitos y por una noche, dormir en paz. Aquel que lucha con monstruos, también debe soportar las intenciones del insecto minero que amenaza con convertir nuestra piel en un simulacro de la superficie de la luna.

(Parte 2)

Si bien, un mosquito no es un insecto de tamaño notable, podríamos decir que se trata de un animal de caza mayor y que las habilidades para el que se avoque a tal empresa deben ser proverbiales, sobre todo contar con una mano ágil capaz de asestar golpes fuertes y certeros en el lugar en que reposa el odiado mosquito o dar una palmada lo bastante rápida como para evitar que prosiga su huida. Se debe utilizar el sentido del oído con bastante fineza para establecer su ubicación respecto a nosotros en el cuarto, habitación, sala, comedor o lugar en donde nos dispongamos a descansar.

La vista es importante, al ser un animal (sí, el mosquito es un animal) muy pequeño, debemos tener un par de ojos carentes de defectos que nos permitan ubicar su elusivo movimiento. Llega entonces el momento del ritual; con playera, toalla, sábana o calcetín en mano nos acercamos sigilosamente para que no sea percibida nuestra presencia, estiramos nuestra arma predilecta, afinamos puntería y ¡ZAS! Con una ráfaga cinética borramos de la existencia a nuestro enemigo.

(Parte 3)

En ciertas casas es necesario un ritual posterior a la cena y a la ducha e inmediatamente anterior al momento de dormir, en este ritual se desarrolla la etapa de cacería antes mencionada, se busca y se da fin a la especie contrincante a la menor provocación, sea un sonido, un piquete o el mero avistamiento del espécimen en un vuelo pronto a concluir o reposando adherido en la pared, disfrutando lo que serán sus últimos momentos de vida, hecho que él desconoce por completo.

Los caballeros de la playera en mano, las damiselas convertidas en amazonas del insecticida, entablan una lucha que se puede prolongar hasta casi los tres cuartos de hora, una pequeña depredación. Más de dos veces he sido testigo de un irónico suceso; al intentar escapar de nuestro veneno o nuestros golpes, el mosquito cae en la trampa puesta por la araña, un enemigo igual de natural pero más antiguo que el hombre. La evolución termina por imponerse, al menos por esta noche.

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