viernes, 1 de mayo de 2009

Historia ¿para qué?

El diccionario en línea de la Real Academia Española, define utilidad como “cualidad de útil; que puede servir y que se puede aprovechar, que trae fruto, comodidad o interés”. La interrogante titular nos asalta ¿que utilidad tiene la Historia? Y si nuestra respuesta es la de que engrandece el espíritu y esclarece sucesos que se viven a día de hoy, que puede establecer cánones para la conducta humana y que es la musa relatora de una hipotética alma colectiva, entonces estaremos evadiendo responder a la interrogación.

La historia es útil, claro está, pero no debemos confundir utilidad con pragmatismo. Al igual que el Arte, la Historia es útil en y para sí misma; en primera instancia para su legimitación ya que la historia se escribe desde afuera y tiene la mala costumbre de pisotear sus huellas convirtiendo a éstas en un grupo desfigurado de tierra removida más que en un sendero claro de “avance” o “retroceso”. La primer utilidad de la historia es, entonces, el esclarecer la dirección de sus estudios. Semióticamente hablando, esto puede ser un completo riesgo, ya que la historia al dictaminarse de manera sincrónica es artífice de un status quo tan falible como presente, y al describirse de manera diacrónica, fortalece una identidad estéril y claramente viciable.

¿Que sería una Historia provechosa a sabiendas de esto último? Que quede claro que la Historia no es un festín del cual deban regodearse a manera de tributo los incurables tiranos, los reyes y los pérfidos, eso más bien es trabajo de la historiografía, el hacer de carne de cañón para la conveniencia de crear una guía para la conducta.

El discurso de la Historia no debe limitarse al campo del conocimiento, sino que debe de propiciar el debate social sin equiparar su validez ideológica a su contenido teórico: la Historia no es solamente los datos de cierta especie conocidos por el receptor, el lado oscuro de la Historia es fomento para la imaginación y por lo tanto, no se debe incurrir en la confusión que se hace entre la parte ideológica y su valor descriptivo. Baste con recordar en lo que se ha convertido el paradigma marxista para saber a lo que nos referimos.

La labor historiográfica es confundida con el propósito de la Historia, el explicar el presente a partir del pasado es mas bien una obsesión de los estudiosos quienes desean la concatenación de sucesos presentes con sucesos sabidos. La Historia nos ofrece la posibilidad de comprender el presente, pero no lo explica en su totalidad y no lo encadena a sucesos pasados, como dos estanques comunicados por un frágil arroyo; uno y otro son objetos distintos no dependientes el uno del otro.

Pensemos por un momento, la Historia posibilita la comprensión del presente y explica hasta cierto punto el origen del estado actual de las cosas, pero no quiere decir esto que lo dicte, sino que una vez trascendida la obsesión por los orígenes debemos entablar una dialéctica entre los dos propósitos ya mencionados; la legitimación propia y la capacidad de comprensión, pero que quede advertido que estas dos magnitudes no son proporcionales en sentido (quizás moral) y tampoco surgen de un mismo núcleo, como las dos astas en la cabeza de un ciervo.

Un trabajo conjunto entre ramas historiográficas dedicadas a la legitimación (el INAH, por ejemplo) y otras no tan historicistas pero con una labor encausada a la capacidad de comprensión histórica, arrojarían sin duda resultados pedagógicos invaluables para nuestra consciencia mexicana que ha estado lacerada por casi 400 años y se ha subyugado al error del antiguo historicismo del viejo mundo; describir a la historia magistra vitae como la Historia unívoca alimentada por hazañas de héroes y una tradición oral formalizada. Conducta legada, sin duda, de los tiempos añejos del mediterráneo en que se alimentaba a la población con fábulas y leyendas explicativas acerca del mundo que se le rodea.

¿Para qué nos sirve la Historia, entonces? La historia sirve para sí misma, no para nosotros ni para nuestras ambiciones. Como el arte es útil, pero no en un sentido pragmático. Tiene dos ejes de funcionalidad, pero el fruto de la historia no debe verse como extrínseco a su proceso de maduración, sino como un objeto que tarde o temprano será devorado por el ente que lo gestó.

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